Por Jacques Tchamkerten
Camille Erlanger forma parte de los compositores de ópera de la “belle époque”, como Alfred Bruneau, Xavier Leroux, Georges Hüe y Henry Février. Todos ellos conocen los entresijos de la escritura para el teatro, y la música dramática constituye una parte importante de su catálogo. Pero ninguno de ellos ha tenido un impacto duradero en el panorama operístico de su época, a pesar de que la calidad de su música merecería ocupar un lugar importante en el repertorio teatral.
El apellido Erlanger lo portan muchas familias judías de origen alemán y alsaciano. Varios músicos sin parentesco lo comparten: los compositores Jules y Gustav Erlanger y Frédéric d’Erlanger (1868-1943), cuya carrera se desarrolló en Londres. Además, Rodolphe d’Erlanger (1872-1932) fue etnomusicólogo y autor de un monumental estudio sobre la música árabe.
A primera vista, nada predispone a Camille Erlanger a una carrera musical. Sus padres, que han abandonado su Alsacia natal para instalarse en París, son modestos comerciantes alejados del mundo artístico. Nacido el 24 de mayo de 1863, el niño demuestra una aptitud evidente para la música. Ingresa en el Conservatorio en 1881 y es admitido en la clase de composición de Léo Delibes en 1886. En 1888, por delante de Paul Dukas, gana el Gran Premio de Roma con su cantata Velléda. En 1895, su leyenda lírica Saint-Julien l’hospitalier, basada en el cuento homónimo de Flaubert, causa una gran impresión por su amplitud y su audacia armónica, reflejo de su fervor wagneriano.
La primera ópera de Camille Erlanger, Kermaria, combina fantasía y leyenda en un ambiente bretón. Estrenada en la Opéra-Comique en 1897, tiene un éxito mediocre. El compositor tuvo más suerte con Le Juif polonais, basada en una novela de Erckmann-Chatrian. Este oscuro drama de culpa y remordimiento, ambientado en un pueblo alsaciano, se inscribe en la estética naturalista representada en la época por compositores como Alfred Bruneau y Gustave Charpentier. Representada con gran éxito en la Opéra-Comique en 1900, Le Juif polonais se reestrenó con bastante regularidad hasta finales de los años treinta.
Es seguramente a través de su maestro Léo Delibes como Erlanger se introduce en el salón de Isaac de Camondo, banquero, diplomático, eminente coleccionista de arte y compositor aficionado cuya ópera Le Clown se representó en la Ópera Cómica en 1906. En 1902 se casa con una prima segunda de éste, Irène Hillel-Manoach (1878-1920), cuya novela de iniciación Voyage en kaleidoscope se convirtió en un clásico de la literatura esotérica y atrajo el interés de los surrealistas. Su hijo, Philippe Erlanger (1903-1987), alto funcionario, escritor y crítico de arte, fue uno de los fundadores del Festival de Cannes.
Le Fils de l’Etoile, drama lírico en cinco actos, se estrena en el Palais Garnier en 1904. El libreto de Catulle Mendès describe el levantamiento hebreo provocado por la decisión del emperador Adriano de construir una ciudad en el emplazamiento del Templo de Jerusalén. Este vasto fresco épico-wagneriano, en el que la extravagante expresión de Mendès apenas disimula la opacidad de la acción, sólo fue un éxito de crítica.
Junto al Fils de l’Etoile, el músico compone la obra que será su mayor éxito: Aphrodite, cuyo libreto de Louis de Grammont adapta a la escena la célebre novela de Pierre Louÿs. El erotismo del argumento, el esplendor de la puesta en escena en el estreno en la Opéra-Comique en 1906 y la presencia de Mary Garden en el papel de Chrysis contribuyeron al gran éxito de la obra. Pero la música de Erlanger, con su innato sentido del diseño sonoro, su personalísimo tratamiento de los motivos conductores y la fisonomía a menudo inesperada de sus patrones melódicos, fue de igual importancia para el éxito de una obra de la que el musicólogo Leslie Wright dijo con razón que “su carácter híbrido es quizá más revelador de los inicios del modernismo que otras partituras más lineales”.
En 1909, Erlanger pone en escena Bacchus Triomphant en Burdeos, un gran espectáculo popular, seguido en 1911 por L’Aube Rouge en Ruán, un drama ambientado en los círculos anarquistas rusos.
Sus dos siguientes obras fueron compuestas simultáneamente: Hannele Mattern, y La Sorcière, drama musical en 4 actos basado en una obra de Victorien Sardou. La acción, trágica y violenta, narra la relación amorosa entre un capitán de los arqueros toledanos y una mujer musulmana dotada de poderes sobrenaturales, que optan por el suicidio para escapar de las piras ardientes de la Inquisición. A pesar de su éxito, el estreno en 1912 en la Opéra-Comique conoce reacciones encontradas: la aterradora representación de la iglesia es mal recibida por algunos críticos, cuyos comentarios van acompañados de indisimuladas connotaciones antisemitas. La obra cuenta con la soprano Marthe Chenal en el papel principal. Verdadero “monstruo sagrado”, fue la intérprete elegida por Erlanger para crear Bacchus triumphant, L’Aube rouge y, sobre todo, La Sorcière, donde la plenitud de su voz y su presencia escénica causaron una gran impresión.
La Sorcière es la última obra operística que Erlanger crea en vida; a su muerte, deja dos óperas inacabadas.
Forfaiture, estrenada en 1921, fue una rara transposición de una película a la ópera, y conmocionó al público por su apasionada violencia y su crudo libreto. Faublas, por su parte, nunca vio la luz y la partitura, completada por Paul Bastide, descansa en las reservas de la Bibliothèque Nationale de France.
En 1913, Erlanger había terminado Hannele Mattern, que se debía representar al año siguiente en la Opéra-Comique. Pero el libreto se basaba en la obra homónima de Gerhard Hauptmann, y durante la guerra era impensable montar en París una obra de un autor alemán. Poco en sintonía con las revoluciones estéticas de los locos años veinte, la música de Camille Erlanger, fallecido el 24 de abril de 1919, cayó poco a poco en el olvido y las posibilidades de Hannele Mattern de ser representada disminuyeron. No obstante, la obra se estrenó en Estrasburgo en 1950 sin suscitar más que una cortés indiferencia. Y esa fue sin duda la última vez que la obra de Erlanger se representó en un escenario.
Aunque Camille Erlanger se distinguió principalmente como compositor lírico, su catálogo incluye numerosas melodías, algunas obras para piano y sinfónicas, así como la música para La Suprême Epopée, película de propaganda patriótica de Henri Desfontaines, producida por el Service photographique et cinématographique des Armées en 1919.
El estilo musical de Erlanger se caracteriza por la densidad de su escritura, la abundancia de motivos conductores y la opulencia de su orquestación. Su lenguaje armónico no rehúye a veces audacias sorprendentes que pueden conducir brevemente a las fronteras de la tonalidad. Destacado orquestador, tiene un don evidente para la ambientación musical, y sabe escenificar de manera impactante en pocos compases. Las grandes efusiones líricas y los arrebatos melódicos voluptuosos rara vez forman parte de su vocabulario. Sus cualidades como dramaturgo cristalizan en torno a su notable sentido del diseño sonoro. A través de la singularidad de un diseño melódico o de una secuencia armónica, consigue crear un marco musical extraordinariamente eficaz, con un poder evocador que le permite caracterizar a sus personajes, sus personalidades y sus estados de ánimo. Este enfoque tan teatral y al mismo tiempo poco convencional parece haber desconcertado tanto a los amantes del arte operístico tradicional enraizado en la tradición Gounod-Massenet como a los defensores de un “nuevo arte” de la ópera representado por compositores como Debussy, d’Indy o Dukas.