Por Hervé Roten
Tenemos el costumbre llamar “Edad Media” un periodo de la historia europea que comenzó en el siglo V con la decadencia del Imperio Romano de Occidente y terminó en el siglo XV con el Renacimiento y los Grandes Descubrimientos. A lo largo de este largo período de mil años, encontramos rastros de comunidades judías en Oriente como en Occidente.
En Francia, las primeras comunidades judías se fundaron ya en el siglo I d.C., principalmente en la costa mediterránea, cerca de los grandes valles fluviales: Ródano, Saona, Rin. Entonces, parece que hubo una presencia judía continua en el sur de Francia, donde los comerciantes se dedicaban al comercio nacional e internacional.
En el siglo X, las comunidades judías se organizaron en el norte de Francia, y primero en Champaña, en torno a rabinos cuya la autoridad espiritual iba acompañada de un profundo conocimiento de la Biblia y de la tradición oral, el Talmud. Troyes se distinguió desde el principio gracias a Rachi (Salomon b. Isaac, 1040-1105).
De este periodo medieval no se conserva ninguna partitura (los judíos no escribían música), con la notable excepción de tres fragmentos de anotaciones neumáticas que datan del siglo XII. Estos documentos de inestimable interés se atribuyen a Abdias el prosélito normando. Este descendiente de una familia noble de Normandía, destinado al estado clerical, probablemente aprendió la notación neumática en un monasterio. Atraído por el judaísmo, se convirtió en 1102; luego permaneció en varias comunidades judías de Oriente (Babilonia, Siria, Palestina) hasta 1121. Más tarde se le encontró en Egipto, donde frecuentaba la antigua sinagoga Ben Ezra de Fostat, situada actualmente en los suburbios de El Cairo. En la genizah de esta sinagoga que encontramos en 1918, y después en 1965, se encontraron dos folios de una selección de canciones de sinagoga, conteniendo la notación musical de una cantilación bíblica y de dos piyyutim. Estas dos últimas piezas, Mi al har h’orev y wa-eda mah, pueden haber sido compuestas por el propio Abdías; están escritas en el estilo del canto monódico occidental de la Edad Media. La cantilación de Barukh Haguever, en cambio, contiene cinco versos bíblicos (Jeremías, XVII, 7; Proverbios, III, 5-6-13 y Job, 5-17) y forma parte de una tradición musical muy antigua, ya que esta melodía se ha conservado hasta hoy en la tradición oral de las comunidades judías orientales de Siria, de Yerba, así como entre los judíos de Italia.
A nivel más popular, ministriles, trovadores, troveros o minnesingers judíos viajaban por toda Europa y representaban su arte ante públicos tanto judíos como no judíos. Interpretaron canciones poéticas que se parecían en todo a las de sus colegas no judíos. Cuando actuaban ante una congregación judía, añadían a su repertorio algunos temas de la Biblia o del Midrash que cantaban en la lengua vernácula. En la genizah de El Cairo se ha encontrado un cuaderno de juglaría judía que data de 1382, conteniendo la notación de canciones de inspiración profana o sagrada con letras en alemán escritas en caracteres hebreos.
En el siglo XIII, en el norte de Francia, las canciones de las comunidades judías utilizaban las melodías de las canciones de los trovadores. La lengua de oíl y el hebreo se mezclaban entonces íntimamente, sobre todo en los poemas religiosos (piyyoutim), las canciones de boda o de circuncisión.
Las investigaciones de las paleógrafas Colette Sirat y después Judith Schlanger, han permitido encontrar varias de estas canciones en manuscritos hebreos, al menos dos de los cuales llevan al margen el título de la canción de trovadores en la que se cantaba el texto (Véase el libreta del CD Juifs et Trouvères)
En la Península Ibérica, muchos músicos judíos trabajaban en las distintas cortes de los dignatarios cristianos o árabes. Los reyes cristianos de España tenían en alta estima a los músicos judíos; los relatos de la corte atestiguan especialmente de las importantes remuneraciones y del prestigio adquirido por éstos entre los siglos XIV y XVI.
Aunque quedan pocos vestigios de esta historia de la música judía medieval, estos diversos testimonios demuestran que los judíos de ayer no eran tan diferentes de los de hoy: amaban la música, y a veces incluso la practicaban profesionalmente, tanto en el ámbito profano como en el religioso.
Pedir el CD Judíos y Trovadores en la tienda del IEMJ
Ver extractos de la emisión: El origen de vida, al tiempo de los Trovadores
Escuchar la lista de reproducción: Músicas Medievales