Tesoros de la canción judeo-árabe - Buda Musique
Nueva obra de la colección “Trésors de la chanson judéo-arabe” publicada por Buda Musique, la suntuosa voz de Salim Halali, nacido en 1920 en Annaba (antigua Bône), en Argelia, da testimonio de la canción judeo-magrebí de los años 40 a 1965.
Salim Halali fue una de las mejores voces de la canción magrebí, en todos los géneros. Hoy, una nueva generación tararea algunas de sus canciones, bien promocionadas por la Orquesta Nacional de Barbès (Dour Biha Ya Chibani) o La Mano Negra (Sidi H’bibi), ignorando la identidad del intérprete original.
Salim, nacido el 30 de julio de 1920 en Annaba (antigua Bône) en el seno de una familia bereber judía de panaderos, soñaba con una carrera de cantante español. A su llegada a París en 1934, tras un desvío por Marsella, se lanza en el repertorio llamado de sevillanas, marcado en particular por los éxitos de la franco-italiana Rina Ketty, intérprete de J’attendrai. Su voz melosa no pasa desapercibida. Decide entonces dedicarse al patrimonio norteafricano. Su nueva vocación arranca con fuerza en el mayor cine de Marsella, y luego recorre otras ciudades de Francia.
Salim estuvo a punto de ser engullido por las noches y las nieblas nazis, y sólo se salvó gracias a la intervención del rector de la mezquita de París. Tras la Liberación, Salim vuelve a la música y, una vez más, sus majestuosas cuerdas vocales, sus movimientos pélvicos y su golpe de derbouka seducen, perturban e incendian las pistas de baile de varios clubes orientales. En 1947, se hace con la mansión parisina de Ferdinand de Lesseps, en la avenida Montaigne, y la transforma en un lujoso club nocturno llamado “Ismailia Folies”. Al año siguiente, abre “Le Sérail”. Este impulso se ve truncado por la pérdida de todos sus hermanos y hermanas.
Disgustado y magullado, se refugia en Marruecos, donde es acogido calurosamente. Pasa muchos años felices grabando discos de éxito y actuando en directo sobre los escenarios, hasta 1965, año en que se retira. En circunstancias poco conocidas, pierde todos sus bienes y acaba su vida en la más absoluta indigencia.
Nos quedan sus canciones y esa voz de la que nunca nos cansaremos.
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